La escritura es una actividad que generalmente se realiza sentado, en una actitud aparentemente pasiva, meramente cognitiva; no obstante, se trata de una actividad que realiza todo un cuerpo: la escritura se ejerce tanto con las facultades mentales como con las facultades motrices.
Todo este cuerpo que escribe dispone de la mano o las manos, tratándose del teclado, de dos brazos y un tórax que a la vez las sostienen, de un par de ojos que siguen tal escritura, de una mente que planea y configura qué va a ser expresado en letras. En este sentido la escritura es la producción de todo un cuerpo y así como este cuerpo es un productor, el escribir es un producir.
El primer medio que el hombre dispone para producir es su cuerpo. Para escribir hay que tener las manos bien afinadas y los ojos bien atentos, pero no sólo eso. El ser humano ha producido máquinas, desde la pluma hasta la impresora, y éstas podrían considerarse extensiones del cuerpo, instrumentos necesarios para ejercer actividades. Hay producciones que sólo son posibles a partir de una máquina y, en el caso de la escritura, sería difícil pensar que ésta puede lograrse sin una extensión del cuerpo: la escritura como tal se constituye como una técnica que requiere de ciertos instrumentos. A grandes rasgos un soporte, una herramienta para trabajar tal soporte y una serie de signos comunes que, impuestos, consensados, acostumbrados o un poco de todo esto, se establecen como una suerte de acuerdo entre quienes practican la escritura/lectura.
Al respecto cabe mencionar que este carácter comunal de los signos, a pesar de la probable arbitrariedad del “trazo” en específico (realmente “a” no suena a /a/), no es del todo arbitrario. Los signos de la escritura, es decir, las letras, corresponden desde los griegos a algo que es común a todos: los sonidos del habla articulada.
La escritura suena. Al leer, sea en voz alta o en silencio –un silencio que jamás es absoluto, pues las letras permanecen en una memoria que también es auditiva – las letras se realizan como sonidos. Hay una correspondencia entre las letras que empleamos y el modo como suenan cuando hablamos. Ésta correspondencia es un mucho la base de la ortografía, lo cual devino de la escritura de la música y de la poesía.
Los signos ortográficos, en este sentido, dan cuenta del modo en que se pronuncian las palabras y la ortografía como técnica –exclusiva de la escritura –, es necesaria para confirmar el modo en que suenan las palabras; de hecho, no todas las lenguas escritas se acentúan, lo cual quizá depende del carácter comunal de los pueblos que hablan esas lenguas.
Ahora, todas las palabras tienen una sílaba tónica, un conjunto de sonidos en que recae la entonación, pero no todas las palabras escritas tienen un acento ortográfico. Esto se debe a una cuestión muy simple: en cada lengua hay una tendencia de la pronunciación. El español, por ejemplo, como proviene de una lengua que tendía a la articulación grave de las palabras, tiende así mismo a esto. Las palabras graves son las que menos se acentúan porque es, de alguna manera, “natural” que así suenen.
Por otra parte, el español participa en su escritura de la acentuación gráfica, y ha heredado letras de otros alfabetos que se han reducido a un solo sonido (z=s, v=b); asimismo, emplea las mismas letras para distintos sonidos según la vocal a la cual acompaña (ci=si; ca=ka;), a la vez que une vocales o consonantes entre sí para lograr sonidos que en otros alfabetos tenían una letra correspondiente (ps, qu, gu, gü, cc). Estas correspondencias entre el sonido y las letras, así como el sentido de las palabras que con ellas se forman, es la base de las reglas ortográficas y, aunque haya detractores de la ortografía como García Márquez que apuntan a que el sentido es inteligible a pesar de la forma en cómo se escriba, existe una convención ortográfica específica para el español que no podemos dejar de largo.
martes, 17 de marzo de 2009
La escritura
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